La izquierda y las elecciones.
Un poco de historia reciente
Las elecciones presidenciales de este domingo, son sin duda las de más incierto resultado en todo el ciclo postdictatorial chileno. Por primera vez en 20 años, la coalición gobernante no llega como favorita y un potencial triunfo de la derecha no parece descabellado.
Lo anterior, obliga al desarrollo de una perspectiva de análisis que dé cuenta de la citada coyuntura. No sirven de mucho, los análisis tradicionales de comportamiento electoral, cuando se está frente a un hecho político nuevo. Esta elección es distinta. Ese es el punto de partida.
Chile desde 1990 ha estado co-gobernado por la Concertación y la derecha. Basta mirar la composición del Congreso, los directorios de empresas públicas, el Banco Central, TVN y la distribución de publicidad estatal en los medios de alta circulación. Todo se cuotea, en función de los equilibrios macropolíticos y macroeconómicos, los que por cierto, dan la espalda a los intereses de las mayorías. Este duopolio ha dado muestras de solidez e impermeabilidad, promoviendo una visión de Estado que enorgullece a las elites y los poderes fácticos. Esto es, un modelo económico que no se toca y una democracia limitada y excluyente que criminaliza la protesta social y la movilización ciudadana.
Sin embargo, hoy este esquema de gobernabilidad presenta severos requiebres y fisuras. Ha abierto flancos que permiten leer la posibilidad de construir nuevas realidades políticas.
La Concertación da claras muestras de debilitamiento y agonía. Antes quien se iba de la Concertación, estaba condenado a transformarse en cadáver político. Así repetían con soberbia los líderes del oficialismo. Tampoco el contar con un candidato único los llevó a alinearse y ordenarse tras ese liderazgo (como antaño ocurría), subsistiendo las disputas públicas y soterradas, por cuotas de influencia, en torno a un difuso constructo programático y al rol de los partidos. No se logró construir un relato épico que movilizara al llamado ‘pueblo concertacionista’. Si en las 2 últimas elecciones presidenciales, con dificultades lograron derrotar a la derecha, fue porque presentaron alguna novedad (“el primer socialista tras Allende” o “la primera mujer en llegar a La Moneda”). ¿Qué puede ofrecer hoy Frei?
Esta grieta que se expresa en el descontento de las bases concertacionistas y en general de la población, afortunadamente no ha sido capitalizada por la derecha. El candidato-empresario Sebastián Piñera, no logra superar el techo histórico de la votación derechista.
En este contexto, por primera vez en 20 años, una alternativa distinta al duopolio se abre paso con posibilidades de triunfo. La Concertación ha visto desgajarse por la izquierda a parlamentarios, ex ministros y líderes históricos. También evidencia la fuga de muchos militantes de base. Ellos sumados a miles de dirigentes de base social, intelectuales, trabajadores, agentes de la cultura, mujeres, jóvenes, militantes de organizaciones de izquierda y progresistas, han levantado la candidatura de Marco Enríquez – Ominami.
ME-O, ha mostrado una férrea sintonía con las esperanzas de cambio de la sociedad chilena. Sus niveles de adhesión superan todas las previsiones iniciales (aún las más optimistas). Con un discurso libre de dogmas de cualquier especie, crítico, libertario y con vocación transformadora, se ha instalado a pulso (basta recordar su campaña de recolección de firmas) en la escena presidencial, extendiendo más allá de las fronteras clásicas de los ‘convencidos’ las muestras de apoyo. Hoy aparece como el único capaz de derrotar a Piñera en segunda vuelta.
Parar a la derecha es una tarea que empieza hoy. Las demás candidaturas no tienen ninguna posibilidad de lograrlo. Esto porque se mueven entre el continuismo, la consigna y el testimonio. No han comprendido que Chile ya cambió.
El ex Presidente Frei nunca ha tenido una vocación transformadora ni progresista. En su gobierno se trajo de vuelta al dictador desde Londres, se apeló a razones de Estado para no encarar el lío de los pinocheques, se desarrolló una ofensiva privatizadora, se persiguió la protesta social, siendo célebres los asesinatos de los estudiantes Daniel Menco y Claudia López, jamás recibió a la AFDD y promovió mesas de diálogo y estrategias pro-olvido con los militares. Pensar que ahora esto será distinto, es una nueva muestra de ingenuidad, de quienes siguen operando en los códigos del ‘mal menor’.
En tanto la candidatura de Jorge Arrate, de manera bienintencionada, trató de ser el puente entre el electorado de izquierda y los descontentos de la Concertación. Lo mismo buscaron por su parte Alejandro Navarro y ME-O. Los 3 intentos, son un síntoma de la descomposición del establishment político de la postdictadura. Sin embargo, solo ME-O logró transformar esa voluntad disruptora en capital electoral real y no mero testimonio.
La candidatura de Arrate lamentablemente quedó anclada al testimonio. Entró a la batalla presidencial sin ninguna expectativa de triunfo. Su base de apoyo (el Juntos Podemos), quedó atrapado en un diseño político fraguado hace 4 años, cuando en la 2da vuelta entre Bachelet y Piñera, el PC acordó apoyar a la candidata del PS, a cambio de reformar el sistema electoral y terminar con su exclusión del Congreso. Esta estrategia política es legítima y coherente, sin embargo ha dejado atrapado al Juntos Podemos ante el cambio de escenario político electoral.
El pacto parlamentario viene a coronar la voluntad política contra la exclusión que ha encabezado la Presidenta Bachelet, pero es a su vez, la camisa de fuerza que obliga al PC a mirar como espectador esta primera vuelta y apoyar a Frei en la segunda (de resultar exitoso el pacto). Habría que preguntarse por qué ahora después de tantos años, la Concertación se abre a dicho acuerdo. ¿Será otro síntoma de su desesperación?
En síntesis, este pacto que (enhorabuena) podría terminar con la exclusión del PC del Congreso, es a su vez la razón del por qué no ha sido posible (hasta ahora) sumar esfuerzos desde la izquierda (PC y Juntos Podemos incluido), para derrotar al duopolio Concertación – Alianza.
La Concertación cree que podrá una vez más (haciendo gala de su histórica soberbia), alinear tras de si a la votación de izquierda, bajo el clásico chantaje de que es mejor tener a Frei, que ser gobernados por la derecha. Lamentablemente, cuando juntos la Concertación y la derecha alzaron sus manos en La Moneda, para celebrar el acuerdo en torno a la LGE (dando un portazo a la ‘revolución pingüina’), demostraron estar mimetizados. Juntos han construido un sistema político excluyente y antidemocrático.
Por ello creo firmemente que la única posibilidad de derrotar a la derecha y apostar por la construcción de un nuevo orden político social es superando el ciclo concertacionista y votando por ME-O. Es la oportunidad para que la izquierda chilena se acople a la voluntad de cambio que miles de chilenos están hoy expresando. Es el minuto para dejar de lado los debates a puertas cerradas, intelectualizados y consignatarios, que han mantenido a la izquierda en la marginalidad, sin incidencia en la realidad política nacional. Es la hora para ponerse al día, con la dinámica transformadora que recorre América Latina.
Hasta aquí las cúpulas de la izquierda tradicional (no lo digo peyorativamente), miran despectivamente a ME-O. Resaltan que es apoyado por un par de liberales de derecha. Insisten con la perorata (mil y una veces aclarada) de la privatización de CODELCO. Le exigen definiciones más taxativas que las ya declaradas. Creo que tras ello se esconde un temor al cambio. Un miedo a lo nuevo. Un hálito conservador (también hay conservadores de izquierda). Es una manera eufemística de rechazar a quien si ha sido capaz de transformarse en alternativa política al duopolio, y no ser mera comparsa de una fiesta (que sin ME-O) tendría un final ya escrito. Lo ven como una amenaza a su hegemonía del concepto ‘ser de izquierda’. Esa discusión, tiene poco sentido en este minuto.
Prefiero las contradicciones de lo nuevo ante las certezas de la marginalidad política de los ‘convencidos’. Opto por las complejidades de las construcciones pluralistas y libertarias, que rechazan los dogmas de cualquier color, sabor y olor.
Eso es lo que ha convocado a miles de independientes, humanistas, ecologistas, miristas, surdos, militantes del MAS, descolgados de la Concertación, en pro de la construcción de una Nueva Mayoría Ciudadana. Esto es lo que se juega el domingo.
Votar por Frei es votar por el continuismo del duopolio. El representa la cúpula de la Concertación que resistió a las caras nuevas promovidas inicialmente por Bachelet, y que obligó a ‘traer de vuelta’ a los Viera Gallo y los Pérez Yoma. El mismo Frei que hoy se cuelga de la popularidad de la mandataria, dijo que Chile no estaba preparado para ser gobernado por una mujer. Que paradoja.
Chile no puede seguir eligiendo entre ‘dos derechas’, como dijera años atrás el diputado Sergio Aguiló.
Votar por Arrate es cerrar el paso a la vocación transformadora que encarna la candidatura de ME-O. En un escenario electoral tan estrecho para determinar quien enfrentará a Piñera es 2da vuelta, votar por Arrate es perder el voto. Ese ‘gustito’ en la soledad de la urna, puede costar 4 años de gobierno derechista. Echo de menos mayor generosidad de la candidatura arratista (como si la tuvo Navarro), para reconocer que en este minuto, es la candidatura de ME-O la mejor posicionada para defender los intereses de la izquierda progresista.
La izquierda chilena, heterogénea, polifónica, debe definir entre seguir siendo comparsa de un sistema político donde su incidencia es nula, o apostar por la construcción de un nuevo ciclo político, en el que se instalen las banderas más radicales de su historia.
Alexis Meza S.-
Un poco de historia reciente
Las elecciones presidenciales de este domingo, son sin duda las de más incierto resultado en todo el ciclo postdictatorial chileno. Por primera vez en 20 años, la coalición gobernante no llega como favorita y un potencial triunfo de la derecha no parece descabellado.
Lo anterior, obliga al desarrollo de una perspectiva de análisis que dé cuenta de la citada coyuntura. No sirven de mucho, los análisis tradicionales de comportamiento electoral, cuando se está frente a un hecho político nuevo. Esta elección es distinta. Ese es el punto de partida.
Chile desde 1990 ha estado co-gobernado por la Concertación y la derecha. Basta mirar la composición del Congreso, los directorios de empresas públicas, el Banco Central, TVN y la distribución de publicidad estatal en los medios de alta circulación. Todo se cuotea, en función de los equilibrios macropolíticos y macroeconómicos, los que por cierto, dan la espalda a los intereses de las mayorías. Este duopolio ha dado muestras de solidez e impermeabilidad, promoviendo una visión de Estado que enorgullece a las elites y los poderes fácticos. Esto es, un modelo económico que no se toca y una democracia limitada y excluyente que criminaliza la protesta social y la movilización ciudadana.
Sin embargo, hoy este esquema de gobernabilidad presenta severos requiebres y fisuras. Ha abierto flancos que permiten leer la posibilidad de construir nuevas realidades políticas.
La Concertación da claras muestras de debilitamiento y agonía. Antes quien se iba de la Concertación, estaba condenado a transformarse en cadáver político. Así repetían con soberbia los líderes del oficialismo. Tampoco el contar con un candidato único los llevó a alinearse y ordenarse tras ese liderazgo (como antaño ocurría), subsistiendo las disputas públicas y soterradas, por cuotas de influencia, en torno a un difuso constructo programático y al rol de los partidos. No se logró construir un relato épico que movilizara al llamado ‘pueblo concertacionista’. Si en las 2 últimas elecciones presidenciales, con dificultades lograron derrotar a la derecha, fue porque presentaron alguna novedad (“el primer socialista tras Allende” o “la primera mujer en llegar a La Moneda”). ¿Qué puede ofrecer hoy Frei?
Esta grieta que se expresa en el descontento de las bases concertacionistas y en general de la población, afortunadamente no ha sido capitalizada por la derecha. El candidato-empresario Sebastián Piñera, no logra superar el techo histórico de la votación derechista.
En este contexto, por primera vez en 20 años, una alternativa distinta al duopolio se abre paso con posibilidades de triunfo. La Concertación ha visto desgajarse por la izquierda a parlamentarios, ex ministros y líderes históricos. También evidencia la fuga de muchos militantes de base. Ellos sumados a miles de dirigentes de base social, intelectuales, trabajadores, agentes de la cultura, mujeres, jóvenes, militantes de organizaciones de izquierda y progresistas, han levantado la candidatura de Marco Enríquez – Ominami.
ME-O, ha mostrado una férrea sintonía con las esperanzas de cambio de la sociedad chilena. Sus niveles de adhesión superan todas las previsiones iniciales (aún las más optimistas). Con un discurso libre de dogmas de cualquier especie, crítico, libertario y con vocación transformadora, se ha instalado a pulso (basta recordar su campaña de recolección de firmas) en la escena presidencial, extendiendo más allá de las fronteras clásicas de los ‘convencidos’ las muestras de apoyo. Hoy aparece como el único capaz de derrotar a Piñera en segunda vuelta.
Parar a la derecha es una tarea que empieza hoy. Las demás candidaturas no tienen ninguna posibilidad de lograrlo. Esto porque se mueven entre el continuismo, la consigna y el testimonio. No han comprendido que Chile ya cambió.
El ex Presidente Frei nunca ha tenido una vocación transformadora ni progresista. En su gobierno se trajo de vuelta al dictador desde Londres, se apeló a razones de Estado para no encarar el lío de los pinocheques, se desarrolló una ofensiva privatizadora, se persiguió la protesta social, siendo célebres los asesinatos de los estudiantes Daniel Menco y Claudia López, jamás recibió a la AFDD y promovió mesas de diálogo y estrategias pro-olvido con los militares. Pensar que ahora esto será distinto, es una nueva muestra de ingenuidad, de quienes siguen operando en los códigos del ‘mal menor’.
En tanto la candidatura de Jorge Arrate, de manera bienintencionada, trató de ser el puente entre el electorado de izquierda y los descontentos de la Concertación. Lo mismo buscaron por su parte Alejandro Navarro y ME-O. Los 3 intentos, son un síntoma de la descomposición del establishment político de la postdictadura. Sin embargo, solo ME-O logró transformar esa voluntad disruptora en capital electoral real y no mero testimonio.
La candidatura de Arrate lamentablemente quedó anclada al testimonio. Entró a la batalla presidencial sin ninguna expectativa de triunfo. Su base de apoyo (el Juntos Podemos), quedó atrapado en un diseño político fraguado hace 4 años, cuando en la 2da vuelta entre Bachelet y Piñera, el PC acordó apoyar a la candidata del PS, a cambio de reformar el sistema electoral y terminar con su exclusión del Congreso. Esta estrategia política es legítima y coherente, sin embargo ha dejado atrapado al Juntos Podemos ante el cambio de escenario político electoral.
El pacto parlamentario viene a coronar la voluntad política contra la exclusión que ha encabezado la Presidenta Bachelet, pero es a su vez, la camisa de fuerza que obliga al PC a mirar como espectador esta primera vuelta y apoyar a Frei en la segunda (de resultar exitoso el pacto). Habría que preguntarse por qué ahora después de tantos años, la Concertación se abre a dicho acuerdo. ¿Será otro síntoma de su desesperación?
En síntesis, este pacto que (enhorabuena) podría terminar con la exclusión del PC del Congreso, es a su vez la razón del por qué no ha sido posible (hasta ahora) sumar esfuerzos desde la izquierda (PC y Juntos Podemos incluido), para derrotar al duopolio Concertación – Alianza.
La Concertación cree que podrá una vez más (haciendo gala de su histórica soberbia), alinear tras de si a la votación de izquierda, bajo el clásico chantaje de que es mejor tener a Frei, que ser gobernados por la derecha. Lamentablemente, cuando juntos la Concertación y la derecha alzaron sus manos en La Moneda, para celebrar el acuerdo en torno a la LGE (dando un portazo a la ‘revolución pingüina’), demostraron estar mimetizados. Juntos han construido un sistema político excluyente y antidemocrático.
Por ello creo firmemente que la única posibilidad de derrotar a la derecha y apostar por la construcción de un nuevo orden político social es superando el ciclo concertacionista y votando por ME-O. Es la oportunidad para que la izquierda chilena se acople a la voluntad de cambio que miles de chilenos están hoy expresando. Es el minuto para dejar de lado los debates a puertas cerradas, intelectualizados y consignatarios, que han mantenido a la izquierda en la marginalidad, sin incidencia en la realidad política nacional. Es la hora para ponerse al día, con la dinámica transformadora que recorre América Latina.
Hasta aquí las cúpulas de la izquierda tradicional (no lo digo peyorativamente), miran despectivamente a ME-O. Resaltan que es apoyado por un par de liberales de derecha. Insisten con la perorata (mil y una veces aclarada) de la privatización de CODELCO. Le exigen definiciones más taxativas que las ya declaradas. Creo que tras ello se esconde un temor al cambio. Un miedo a lo nuevo. Un hálito conservador (también hay conservadores de izquierda). Es una manera eufemística de rechazar a quien si ha sido capaz de transformarse en alternativa política al duopolio, y no ser mera comparsa de una fiesta (que sin ME-O) tendría un final ya escrito. Lo ven como una amenaza a su hegemonía del concepto ‘ser de izquierda’. Esa discusión, tiene poco sentido en este minuto.
Prefiero las contradicciones de lo nuevo ante las certezas de la marginalidad política de los ‘convencidos’. Opto por las complejidades de las construcciones pluralistas y libertarias, que rechazan los dogmas de cualquier color, sabor y olor.
Eso es lo que ha convocado a miles de independientes, humanistas, ecologistas, miristas, surdos, militantes del MAS, descolgados de la Concertación, en pro de la construcción de una Nueva Mayoría Ciudadana. Esto es lo que se juega el domingo.
Votar por Frei es votar por el continuismo del duopolio. El representa la cúpula de la Concertación que resistió a las caras nuevas promovidas inicialmente por Bachelet, y que obligó a ‘traer de vuelta’ a los Viera Gallo y los Pérez Yoma. El mismo Frei que hoy se cuelga de la popularidad de la mandataria, dijo que Chile no estaba preparado para ser gobernado por una mujer. Que paradoja.
Chile no puede seguir eligiendo entre ‘dos derechas’, como dijera años atrás el diputado Sergio Aguiló.
Votar por Arrate es cerrar el paso a la vocación transformadora que encarna la candidatura de ME-O. En un escenario electoral tan estrecho para determinar quien enfrentará a Piñera es 2da vuelta, votar por Arrate es perder el voto. Ese ‘gustito’ en la soledad de la urna, puede costar 4 años de gobierno derechista. Echo de menos mayor generosidad de la candidatura arratista (como si la tuvo Navarro), para reconocer que en este minuto, es la candidatura de ME-O la mejor posicionada para defender los intereses de la izquierda progresista.
La izquierda chilena, heterogénea, polifónica, debe definir entre seguir siendo comparsa de un sistema político donde su incidencia es nula, o apostar por la construcción de un nuevo ciclo político, en el que se instalen las banderas más radicales de su historia.
Alexis Meza S.-
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